En teoría, el único riesgo que corría era al recorrer todos los momentos de su vida en sentido contrario.
De esa manera acumularía olvidos y no recuerdos. Desaprendería. Las tormentas anunciarían calmas, lo mismo que la bondad de los frutos en las ramas, presagiaría flores que disgregan dulzura de perfumes.
En lugar de salir al trabajo, encontraría tedio en la rutina de la casa. Una mujer le regalaría una bofetada y él, ofendido, tendría que besarla. El amor en todas partes, vendría antes que el azoro.
Y volverían los tesoros de la infancia tan fácil como ahora los perdemos. El primer noviazgo sería el último, sabiendo que no cambiará su maravilla… El arrullo de su madre se transformaría en canción de luto y las lágrimas treparían rodando hacia los ojos, aún con más tristeza.
Pero solo en la teoría, porque el sol naciente es un amuleto infalible contra la mala fortuna.