Nunca había visto unos ojos tan expresivos y no pude seguir mirando. El odio reflejado era atroz.
Pero no sólo esa furia me incomodaba. El desprecio también asomaba en su mirada, mostrando una sensación de superioridad incontrastable.
El hielo de su voz congeló el ambiente: “No tienen derecho a juzgarme. No son mis pares”. Luego, volvió a sumirse en el silencio rabiosamente despectivo que nos separaba tan inexorablemente como un abismo.
Debe haber sido temible cuando joven. Agudo perro de presa y feroz asesino, el listado de sus culpas abrumaría a cualquiera, menos a él.
Y en el momento de impartir justicia yo debía ser ecuánime, no prejuzgar sus culpas y concederle todos los beneficios de la ley, evitando la tentación de ser espejo de su barbarie.
Duro es el oficio de Juez. Pero necesario. Impartiendo justicia y no venganza.
Serenamente, declaré abierta la Causa del Estado y el Pueblo contra otro represor ilegal en la Argentina.