Ana
Nunca había visto unos ojos tan expresivos como los de Ana. Cualquiera diría que los suyos, su larga cabellera negra, su piel blanca como la leche, su prístina inocencia y bondad, habían sido extraídos de la María de Jorge Isaacs. Sin embargo, su andar cadencioso, su apacible carácter, su rostro melifluo y su mirada atenta y solícita, escondían una honda y amarga tristeza.
Durante muchos años amó al hombre que nunca la correspondió, aquel por quien ella suspiraba a cada momento, aquel de cuyo pecho habría querido amanecer prendida cada uno de los días que le quedaran de vida. Pero se cansó de esperar. No dejó ninguna nota de despedida...no valía la penan, no tenía sentido. Depués de todo, y a pesar que albergaba alguna esperanza, ni ella era María, ni él Efraín...
Partió igual que Alfonsina...