Recuerdo la lozanía de aquella tarde de verano juvenil;
verano impúber cuyo rostro todavía semejaba
el de una infante primavera.
Recuerdo que las golondrinas llegaron de improviso
y que los poemas iban con rumbo de atizar la hoguera
y de otear hasta el confín de las palabras
para descubrir lo que me hacía sentirte oscuridad,
luciérnaga,
olor a pino y agua fresca.
Recuerdo que en aquella tarde me invadió la noción de perseguirte,
el miedo de perderte
y los celos de entregarte a la vida y al olvido;
pero fue cuando supe que la luciérnaga y el agua
jamás se enteraron de mi nombre
y sin pensarlo me entregaron su belleza.
Tal ha sido mi manera de ser tuyo
y es tan grande
que las golondrinas volvieron en la lozanía de los jóvenes veranos
y en la casa
todavía se respira el mismo olor a pino.
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