
Iniciado por
Pablo Chavarría
Rugiendo embravecido, su cuerpo en contorsión sonora; ¡Qué mar! ¡Qué mar! Decían los pescadores viejos, con sus ojos soleados y sus labios, salitrados. ¡Y cuánto mar! Aquel que humedecía los vientres de caoba de los barcos, los pies callosos de las playas, los cuerpos trémulos de los enamorados que se regodeaban en la gloria de su espuma.
Rugiendo, embravecido, su espalda de magnífico destello; aquel animal no mostró ferocidad alguna; mientras nosotros, sin miedo ni recato, nos besábamos en la proa de un barco que no existe. Y mientras más nuestros besos se buscaban, más embravecía, más rugía como loco y a nosotros, ilustres ilusorios; nos importaba menos, menos y menos todavía...