Ella despertó en mí el más básico de mis instintos, el deseo por poseerla.
Habíamos quedado para esa noche en un bar muy íntimo, por fin estaríamos solos, frente a nuestro destino.
Cuando llegó al bar se veía muy bella, falda corta y escote que llegaba hasta la gloria. Me quedé absorto, sin saber que decir. Miles de veces soñé este momento y ahí, frente a la belleza pura, no pude decir palabra alguna.
Me acerqué, me abrazó y yo le di un beso.
¿Qué cenaremos? Preguntó.
Ya había olvidado la cena, solo quería ir a toda prisa a su casa y así se lo dije.
Ella aceptó y en la intimidad de su habitación, toqué el cielo. Pasó todo lo que las ganas, la espera, el deseo y el amor pueden dar.