Y cuando todo parecía perdido, nos dimos cuenta. No podíamos seguir esperando sentados que nos salvasen, teníamos que hacerlo nosotros mismos. Estábamos atrapados en una vieja cabaña completamente cubierta por la nieve a causa de un alud. Llevábamos varias horas sin el calor de la chimenea, el frio se había calado en nuestros huesos y en poco rato caería la noche. Rebuscamos entre los enseres de los que disponíamos, cubos, ollas, varillas de hierro… cualquier cosa que nos pudiese servir para apartar la nieve de la entrada y continuar con el túnel que habíamos empezado hacia unas horas y que habíamos dado por imposible. Sabíamos que si no conseguíamos salir pronto era probable que ya no saliéramos y quizá eso nos dio las fuerzas suficientes para llegar hasta el exterior. Justo cuando salió el último excursionista se derrumbó el túnel y poco después una patrulla nos encontró. No hay que dar nunca nada por perdido.