Aquella noche oscura parecía ideal. Nadie me vería.
Oculto bajo el balcón amado reflexioné mis amargas verdades, mientras esperaba cobrar valor para llamar la atención de la Afrodita cuya silueta las sombras dibujaban.
El cielo había favorecido mis miserias con dones de una verba inflamada en sensualidad y erotismo, una poesía sensible y atrevida y un corazón ardiente como fragua.
Todo ello transformaba un insecto invisible a las pasiones en un águila real que majestuosamente surcaba el firmamento de lo imposible, dejando en el alma de sus ángeles el recuerdo de una voz acariciadora que anunciaba celestiales maravillas de amor sublime y ardoroso.
Mi esencia acaricia la ternura y el fuego, pero las miradas indiscretas no atraviesan la barrera de este rostro deformado en un cuerpo contrahecho. Triste Quasimodo, sólo la noche de luna nueva es mi elemento.
Pero puedo hablarle, transportarla en la palabra. Algo es más que nada en mi pobreza.