El Cacique Hatuey y el General Máximo Gómez
Aquella noche oscura, cuando todo parecía perdido para los de su raza, tomó entre sus manos sucias, sudorosas y ensangrentadas, los remos que lo encaminarían navegando hacia una nueva tierra. En todo su cuerpo de cacique bravío e indomable se distinguían claramente las huellas de la humillación, la ignominia y la esclavitud; mientras que en su rostro cobrizo y de larga cabellera negra, dos sentimientos contrapuestos se dibujaban: por un lado, la frustración de aquella noche en El Jaragua, donde la masacre se hizo presente de manera inclemente entre los suyos. Y por el otro, su insaciable sed de justicia y libertad.
Varios siglos después, otro quisqueyano como él llegaría a Cuba para continuar luchando por su independencia. Hoy, los huesos de Hatuey y los del Generalísimo Máximo Gómez, fertilizan la patria de Martí.