En las plazas de los pueblos se respira un aire puro y renovado. A lo cerca, una voz se inclina sobre la guitarra, instrumento siempre bendecido. Canta el cantor y canta para todos, no para sí mismo.
Todos lloramos, como hombres y mujeres; pero el canto es de dolor y también es alegría. El olor del concreto llorado, no se parece a la tierra, en el campo, cuando recibe las primeras lluvias. Nuestro canto pide a los genios, tres deseos simples:
1. Que sea mentira la mentira de la muerte
2. Que sea la paz y no el engaño, la única bandera enarbolada.
3. Que en el sol de amanecida, se nos olvide cómo odiarnos.
El cantor hace otra copla y luego hará dos más. No son los individuos; es el Pueblo quien respira.