En las plazas de los pueblos se respira un aroma especial. Mas alegre y festivo en verano, mas recogido y triste en invierno pero exclusivo por encima de todo.
El griterio de los niños al jugar suena diferente porque no estan en el colegio, ni en casa, están en esa plaza que también alberga a sus madres, las cuales disfrutan a su manera, satisfechas de haber terminado su labor diaria, ahora desconectan y celebran aunque solo sea hablando de trivialidades en corrillo. Este bienestar invade a sus maridos que, cansados llegan de su trabajo pero iluminados a la vez, por ese brillo que hay en los ojos de sus hijos cuando se encuentran las miradas. Los pequeños apenas han estado un dia sin verles pero saben nada de nociones de tiempo ni relojes y para ellos, es una eternidad y por eso corren y se lanzan a sus brazos. Sus padres, rebosantes de plenitud, mientras les besan respiran ese aroma único que solo tienen las plazas.