Sentado en esa banca, sólo pensaba en sus deudas y cómo pagarlas. En cada bocanada, el humo del cigarrillo era un lazo buscando en vano atrapar respuestas. “La vida se escapa como el humo –pensó-, se expande, siempre avanza, y ya no vuelve”.
¿Cuánto cigarrillo le quedaba?, es decir, ¿cuánta vida tenía por delante? Calculó. A esta altura ya estaba promediando su tiempo. Las deudas necesitaban ser saldadas. Apenas le alcanzaba para el primer adelanto, el resto era incertidumbre. Era embarcarse a todo o nada. Las cosas podrían salir mal y quedaría aún más hundido. Pero ¿y si alcanzaba? ¿y si lograba todavía más de lo que imaginaba?
En su mano quedaba la última pitada de cigarrillo. La consumió lentamente, disfrutándola, terminando de decidir. Lo apagó al tiempo que se ponía de pie. A paso firme caminó a su encuentro mientras se repetía “me debo… ‘nos’ debemos intentar que esto funcione”.