Sentado en esa banca, solo pensaba en lograr que la tentación no me tragara.
Era un honor llegar al Congreso de mi país, aunque me sintiera estéril, sin fuerzas, rodeado de enemigos.
Muy cómodo resultaba mi sitial, y allí estaba el mayor peligro.
Cuando volé a la sierra como un pájaro libertario, todo era claro. Iba a ganar la revolución. Pasando frío, hambre, cansancios atroces. Arriesgando la vida cada día.
Pero sabiendo que estaba con mis hermanos, que en cada uno vivíamos todos, que éramos los mosqueteros de un mundo nuevo. Que el movimiento se demuestra andando, codo a codo con los que pelean, al lado de los más pobres, aprendiendo de las privaciones que ellos conocen desde siempre.
Me quitaron el placer de la lucha y fui asignado al sillón. Que necesitábamos apoyatura política, fundamentaron.
Y ya elegido diputado, rodeado de privilegios, me pregunté incesantemente, angustiado, si sería capaz de conservarme puro en ese chiquero.