Era la hora en que el primer rayo de sol hiere de muerte a la noche. Desperté sobresaltado pensando que ya no estabas a mi lado. Me miraste largamente y el sol del amanecer se reflejo en tus ojos verdes. Descubrí decepcionado que no había en ellos rastro de arrepentimiento ni pesar. Tracé con mi dedo el perfil de tu cuerpo desnudo tratando de retener cada forma en mi memoria. Todo estaba dicho ya, nuestra noche de pasión solo era tu forma de despedirte. Al día siguiente te casarías con él.
Te vestiste en silencio y me regalaste un beso frío en los labios que fue como sal sobre mis heridas. Bien sabe Dios que habría vendido mi alma por detener el tiempo y no verte partir.
Han pasado los años y todavía, algunas mañanas despierto con la esperanza de encontrarte en mi cama.